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La calma

Irene Benitez Mir • may 22, 2021

De regreso a nuestro estado interior de paz y tranquilidad

La incertidumbre es la falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre algo, especialmente cuando esto que nos ocurre nos crea inquietud.
Es la necesidad de saber que va a pasar a continuación de forma que nos podamos anticipar, lo podamos controlar y no nos pille desprevenidos,  porque  el controlar nos calma.
Hay personas que toleran la incertidumbre mejor que otras.
La vida es una permanente exposición a lo inesperado. Por mucho que se quiera mantener el control, hay acontecimientos que tienen lugar de forma abrupta y que obligan a cada uno a replantearse la vida.
Donde muchos ven un problema paralizante, otros encuentran una oportunidad para evolucionar
Tememos a la incertidumbre porque lo previsible es más seguro, nos aporta calma. Ante el temor a lo incierto, lo desconocido nuestro cuerpo se prepara para una respuesta de lucha o huida para protegernos ante la amenaza que percibe, produciéndose cambios a nivel físico, emocional y conductual. Así que como resultado ante una situación ambigua, donde se crea una gran inquietud, es muy fácil quedarnos paralizados.
El ser humano se aferra de forma natural al mundo conocido, a lo previsible. Desconocer lo que sucederá equivale a salir de nuestro hogar para adentrarnos en un mundo incierto sin saber qué nos deparará.

Me gustaría que reflexionarais sobre este texto:

La parábola del Granjero (un cuento chino)


Un día, al hijo de un anciano granjero se le escapó el único caballo que tenían. Cuando los vecinos se enteraron, acudieron a su casa para solidarizarse y le dijeron: «Oye, qué desgracia, qué mala suerte», a lo que el anciano contestó sin inmutarse: «Puede ser».

Al día siguiente, el caballo volvió al establo y trajo consigo siete caballos salvajes que le siguieron desde la montaña. Esto convertía ahora al anciano en el hombre más rico del pueblo. Todos los vecinos lo visitaron y le dijeron: «Oye, ¡qué buena suerte!». A lo que el anciano respondió: «Puede ser».

Al día siguiente, el hijo del anciano, que era el que le ayudaba con todas sus actividades, se cayó y se rompió una pierna mientras intentaba domar a uno de estos caballos salvajes.
 
Esta situación podía ser un obstáculo, pues se acercaba el invierno y sin el hijo, el anciano tendría grandes problemas.
Los vecinos fueron a ver al anciano de nuevo y le dijeron: «Qué desgracia, qué mala suerte. Ahora tienes los caballos pero no tienes la ayuda de tu hijo. Es algo terrible«. Y el granjero anciano les dijo: «Tal vez».

Al día siguiente, llegó el ejército al pueblo para reclutar a todos los jóvenes para una guerra prácticamente suicida, pero al hijo del anciano no lo reclutaron porque tenía una pierna rota, así que se quedó a salvo en casa. Todos los vecinos volvieron a ver al anciano y le dijeron: «Oye, ¡qué bien, qué buena suerte! A mi hijo lo han reclutado y al tuyo no.» Y el anciano les contestó de nuevo: «Tal vez».




Reflexiones:

• No se puede saber el alcance de lo que sucede a nuestro alrededor en todo momento.
• Hay que contemplar el presente sin aventurarse a sufrir el futuro antes de que se produzca. 
• De nada sirve compadecerse de la mala fortuna, ni alegrarse en demasía de la buena, pues ambas son pasajeras. Vienen y van. Vivimos en una constante incertidumbre, por ello, no des nunca por sentada una condición o estado de las cosas en tu vida.
• Ni todo es tan bueno ni todo es tan malo, en ocasiones, lo que consideramos que es lo peor que nos ha podido ocurrir termina por convertirse en algo positivo.
• No pierdas el tiempo juzgando tu vida, simplemente vívela.
• Disfruta de la vida a pesar de las circunstancias.


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